Qué tienen de bello los JJOO todavía no lo sé; por ahora
sólo puedo asegurar que atrapan, enganchan y atraen casi más que cualquier otra
modalidad deportiva.
Cada 4 años, miles de deportistas se citan con la historia
–algunos tendrán sólo una oportunidad- para escribir su nombre en letras
doradas. El objetivo son las medallas, que van ligadas de reconocimiento
mundial y fama olímpica.
Muchos de estos deportistas se pasan 4 años entrenando día
tras día con el único objetivo de ser los mejores durante una prueba que quizá
no dure más de 15 segundos. Suena fuerte pero es así. La mayoría permanecen en
el anonimato mundial hasta que su nombre se ve reflejado en las pantallas del
estadio al hacer un récord olímpico o mundial. Otros, simplemente finalizan sus
pruebas fuera de las medallas y nadie vuelve a reparar en ellos. Cada
expedición lleva a cientos de deportistas, y lo cierto es que son pocos los que
llegan con el cartel de estrella. Todos conocen a súper estrellas como Bolt,
Phelps, Federer o Gasol, deportistas que están fuera de toda comparación,
titanes del tiempo y destructores de récords. Lo bonito de los juegos es vivir
las historias, por ejemplo, escuchar al sudafricano Chad le Clos, de tan sólo
20 años, tras ganar a Phelps en la final de los 200m Mariposa diciendo que
había batido a su ídolo y que ese era el día más feliz de su vida; su cara lo
reflejaba, estaba emocionadísimo. El problema es que son pocos los deportistas
que son capaces de convertirse en eternos en los Juegos. Los años de duro entrenamiento
y sacrificios no siempre se ven recompensados. Podría decirse que eso es el
deporte, competir, pelear y luchar limpiamente por ser el mejor, y en caso de
no conseguirlo retirarse dando la mano y esperar una revancha. Cuando se habla
de Juegos Olímpicos no siempre es posible. Sugoi Uriarte, yudoca español que
quedó 4º tras una polémica decisión arbitral, encarna perfectamente lo que
significa ser deportista y saber competir: “La derrota fue injusta, pero yo no
me rindo fácilmente; estaré en Rio. Mi madre
falleció el año pasado y le prometí una medalla. Seguro que estará orgullosa de
mí”. Todo coraje, bondad y sacrificio.
Los juegos de Londres 2012 todavía no han acabado, pero ya
se han convertido en los Juegos Olímpicos de la consagración histórica de
Michael Phelps, mejor deportista olímpico de todos los tiempos, y uno de los
mejores deportistas de la historia. El tiburón de Baltimore es ya historia viva
del deporte. Sus 19 medallas (15 de ellas de Oro) lo consagran como el más
grande. Pero no hay que engañarse, Phelps hay 1, y deportistas que sean
recordados en cada olimpiada no pasan de una decena. La realidad son los
competidores que han sufrido, luchado y llorado para llegar a unos Juegos
Olímpicos como representantes de su país y se van sin el reconocimiento que
merecen. Sólo por el hecho de estar ahí, todos ellos son héroes. Es injusto que
sólo en las victorias les acompañen los flashes, halagos y flores. Hay que
darse cuenta de la historia personal que hay detrás de cada uno de ellos,
porque antes que atletas, son personas.
Por hacernos vibrar con pruebas que a priori, a muchos nos
importan entre poco y nada, y conseguir emocionarnos aunque no compartamos
nacionalidad con muchos de los campeones, gracias. Gracias por superaros,
competir, levantaros y luchar. Gracias por ganar, y por saber perder. Gracias
por estar ahí, por llevar el deporte por bandera y demostrar lo bello y genial
que puede llegar a ser.
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