lunes, 9 de enero de 2012

Jugadores leyenda.

Raúl, Del Piero, Totti, Julen Guerrero, Paul Scholes, Puyol… Hay jugadores que no tienen precio. Jugadores eternos y carismáticos que son inmortales y que jamás podremos asociar su cara a ningún otro club. Muchos comienzan su andadura desde abajo, mamando la esencia y conociendo hasta el más mínimo detalle de la historia del equipo. Para ellos, su club es como el primer amor verdadero. Aunque a veces tengan peleas y surjan “novias”, la voluntad y el compromiso de los futbolistas prevalece y el romance continúa.

Algunos son incapaces de abandonar su casa; otros, guiados por el insaciable apetito de seguir siendo grandes, abandonan el barco como héroes, sabiendo que nunca podrán sentir lo que allí han sentido.

Thierry Henry abandonó Londres rumbo Barcelona el 23 de junio de 2007 como un adalid; una especie de semidiós “Gunner” que nunca podrá ser reemplazado. En el Barcelona conquistó el único título que le faltaba, la Copa de Europa y tras ésto emprendió su precipitada aventura en el fútbol estadounidense. En julio de 2010, con 32 años, se presentaba en la MLS como una estrella mundial que había decidido abandonar demasiado pronto el fútbol de élite. Y hemos tenido que esperar hasta el 6 de enero de este año para recibir el mejor regalo de Reyes que todo buen aficionado al fútbol podría desear; Henry volvía (aprovechando el parón de su liga) a casa. En una operación fulgurante, el atacante galo volvía a estar a las órdenes de Arsene Wenger durante 2 meses.

Y hoy, 3 días después de su fichaje, ha debutado. Ha saltado al campo en el minuto 68 de juego cuando el partido estaba con empate a cero, llevándose una cerrada y emocionante ovación. Y Titi no defraudó. En una jugada con sello propio marcó el gol de la victoria del Arsenal. Le bastó un control orientado y una suave caricia a la pelota para que ella, su amiga, se introdujera en esa férrea red que él ya había fusilado tantas otras veces. Explosión en el Emirates; explosión en el mundo fútbol.

Henry ya no es quién era, eso es imposible. La barba frondosa y el gesto de su cara denotan el paso del tiempo. Pero hoy, en el minuto 77 de partido, Thierry activó la máquina del tiempo y nos trasladó a todos a aquel majestuoso e imponente Highbury, una de las cunas del fútbol mundial, en el que Henry se labró su leyenda.

Con su trote inconfundible y su bellísima zancada, Henry volvía hoy a casa. Cuando el arbitro señaló el final del partido, "Titi" alzó los brazos y grito al cielo; a ese mismo cielo al que todos hemos gritado para dar gracias por devolvernos otra vez, aunque sea por poco tiempo, a un jugador único, un goleador fino y mordaz que ha dejado una huella imborrable en todos los amantes del buen fútbol.


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