domingo, 10 de julio de 2011

El año de la estrella


Han pasado 365 días desde aquel maravilloso 11 de Julio de 2010; desde aquel gol de Iniesta que cambió nuestra historia.
Ese día quedó atrás la maldición de cuartos,  Al-Ghandour, el fallo de Salinas contra Italia en el Mundial de Estados Unidos… todo eso se acabó. Hace un año ahuyentamos todos esos fastidiosos fantasmas que nos impedían ser grandes. Tuvo que ser en Sudáfrica, a casi 8000 km de casa, donde España, por fin, grabara su nombre en la historia de los mundiales.
Este éxito no llegó de la nada, comenzó a fraguarse hace dos años en Viena, en el estadio del Prater. Allí España se proclamó campeona de Europa. Suena raro, ¿verdad? Pero es así. Un gol de Fernando Torres en la final nos hizo campeones a todos y a él lo convirtió ya para siempre en Fernando I de Austria. 2008 campeones de Europa y 2010 campeones del mundo, llamadme nostálgico pero me encanta recordarlo.

En Sudáfrica la responsabilidad pesaba. Por primera vez España llegaba a un Mundial como favorita, como el rival a batir, como el coco que nadie quería encontrarse. Todos los equipos conocían el fútbol de nuestra selección, y ellos, nuestros chicos, tenían el deber de convertir nuestros sueños en realidades y convertirse en campeones. La presión existía y seguro que ellos la sentían, porque todo el país respiraba fútbol; era imposible encontrarse con alguien que no estuviera pendiente del combinado nacional. Sus detractores (porque también los hay) deseaban verla morder el polvo y sus amantes queríamos seguir disfrutando de aquella maravilla de selección, por lo que todos vivíamos pendientes de los resultados de “La Roja”.

Un pequeño resbalón contra Suiza en el primer partido hizo que algunos se pensaran lo peor, pero fue sólo un espejismo. La maquinaria funcionaba. A medida que los partidos pasaban y los rivales iban siendo de mayor nivel, nuestros jugones iban cerrando filas y encajando las piezas. España convirtió el “Tiki-Taka” en su seña de identidad, le daba igual el rival. Cuando el partido arrancaba, la pelota se ponía en el césped y empezaba el espectáculo. España y el balón se convirtieron en inseparables, formaban una pareja perfecta que se necesitaba para sobrevivir. España necesitaba el balón del mismo modo que el balón necesitaba a España, un idilio personal que disfrutamos millones de espectadores.

Así llegamos a la final. Holanda, y sobretodo Robben lo pusieron difícil. Necesitamos del mejor Iker, decisivo en dos jugadas, del mejor Busquets, del incombustible Pedrito, del mando de Xavi, de la genialidad de Iniesta… de la mejor España.
Y tuvo que ser él. Ese joven paliducho de Fuentealbilla empeñado en hacer historia. Fue Andrés Iniesta quien en el minuto 117 de la prórroga marcó el gol más importante de la historia de nuestro país e hizo que España entera fuera una fiesta. Ahora no importaban colores ni banderas, el fútbol había triunfado, la mejor selección había sido la campeona y era momento de salir a festejar.

Hoy, un año después, recuerdo momentos: la tensión del partido, el éxtasis del gol, la celebración posterior, los abrazos con amigos... y sólo se me ocurre decir: "Gracias Casillas; gracias Iniesta; gracias Villa; gracias Puyi; gracias fútbol...Gracias España". 

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